Mi evolución docente
Esta actividad que realicé con mi alumnado en el día de ayer (30 de abril de 2024) sobre el Tiempo Geológico de 4º de ESO, me hizó reflexionar sobre mi evolución como docente, y cómo he pasado de transmitir conocimiento (que luego se olvida) a trabajar otras habilidades que sí les van a servir para su futuro.


Hubo un tiempo en el que quería que mi alumnado conociese los eones, las eras, los períodos,... y qué supiesen qué caracterizaba a cada uno (a la izquierda) pero hace algún tiempo cambié la estrategia, cada uno debía realizar un documental (a la derecha), narrándolo cada uno y presentárnoslo a los demás (con su rúbrica de evaluación -auto y coevaluación) . Ahí me di cuenta del vasto cambio en mi enfoque pedagógico y cómo, lamentablemente, muchos colegas aún resisten a esta evolución, aferrándose a justificaciones que ya no sostienen el peso de las nuevas realidades educativas.


Comencé mi carrera en 1990, trasladándome de un laboratorio de la industria cerámica a las aulas de un centro de Formación Profesional, Fundación Flors, en las especialidades de Puericultura, Mecánica, Electricidad y Administración. En el alumnado era muy frecuente la frase “¿Para qué me va a servir esto?” que, por cierto, ya hace mucho tiempo que no escucho. La respuesta tradicional era 'es cultura general', pero internamente, esa explicación no me satisfacía. Sentía que la educación debería ser algo más que la simple transmisión de conocimientos.
En aquel entonces, el conocimiento parecía residir únicamente en los libros de texto, en las frases escritas con tiza en las pizarras y en las explicaciones, a menudo unidireccionales, del docente frente a la clase. Esta limitada distribución del conocimiento reflejaba una era en la que la información era estática y el aprendizaje se veía como la absorción de datos y fechas importantes, sin espacio para el cuestionamiento , la creatividad o el trabajo en equipo
La llegada de Internet marcó un antes y un después en el acceso al conocimiento. De repente, las paredes del aula dejaron de ser límites para el aprendizaje. Donde antes el saber se guardaba en libros de texto y lecciones magistrales, ahora se abría un universo de información disponible al instante.
Esta expansión amplió los horizontes de mis alumnos, sin embargo, pronto me di cuenta de que no todos se beneficiaban por igual; la brecha digital entre aquellos que tenían acceso a Internet en casa y aquellos que no, se convirtió en un nuevo desafío educativo. Este elemento diferenciador requería atención, ya que afectaba profundamente la equidad en las oportunidades de aprendizaje, empujándome a buscar soluciones que aseguraran que cada estudiante, independientemente de su situación económica o acceso tecnológico, pudiera aprovechar estos nuevos recursos globales


En mi centro (Fundación Flors) caracterizado por un nivel socio-cultural medio-bajo y con un alto porcentaje de estudiantes inmigrantes, enfrentamos retos únicos. A pesar de que muchas familias dudaban del potencial de ascenso social a través de la educación, tomamos la decisión consciente de integrar más tecnología en nuestras aulas. Esta elección se materializó con la adopción de Chromebooks, un paso importante hacia la modernización de nuestras prácticas educativas. Si bien algunos críticos describen los centros concertados de manera despectiva (cualquier generalización es injusta) nosotros vimos esta herramienta como una oportunidad para nivelar el campo de juego educativo para nuestros estudiantes.
La implementación de los Chromebooks no fue solo una actualización tecnológica; representó un compromiso, tanto de los docentes como de las familias, quienes, a pesar de sus limitaciones económicas, hicieron sacrificios significativos para proporcionar a sus hijos/as esta herramienta. Este esfuerzo colectivo demostró un compromiso con el futuro de nuestros alumnos, subrayando la creencia de que el acceso a la tecnología adecuada puede ser un gran igualador, ofreciendo nuevas vías para el aprendizaje y la inclusión en una sociedad cada vez más digitalizada.


Mi paradigma educativo ha experimentado una transformación brutal a lo largo de los años. Anteriormente centrado en la mera transmisión de conocimientos, he evolucionado hacia un enfoque mucho más dinámico y práctico, donde el desarrollo de habilidades cruciales para el futuro profesional de mi alumnado es el objetivo principal.
Ahora me centro en trabajar competencias como la expresión oral y escrita, el pensamiento crítico, la empatía, la curiosidad, la resolución de problemas, la creatividad y la adaptabilidad. Estas habilidades, que indudablemente les servirán en un mercado laboral en constante cambio, se cultivan a través de métodos activos y participativos. Proyectos grupales, simulaciones prácticas y el uso de tecnología en tareas cotidianas son ahora componentes esenciales, diseñados no solo para enseñar qué aprender, sino cómo aprender de manera efectiva y autónoma. Es fundamental que sea el propio alumno quien tome las riendas de su aprendizaje, convirtiéndose en un participante activo y consciente de su proceso educativo, preparado no solo para enfrentar desafíos futuros, sino para liderar su propio desarrollo.
A medida que nos adentramos más en el siglo XXI, la inteligencia artificial ya es la gran revolución en el campo de la educación. Su capacidad para personalizar el aprendizaje, optimizar los procesos educativos y abrir nuevas vías de conocimiento es incomparable. En nuestro centro, reconocemos el potencial transformador de la IA y estamos comprometidos a integrarla en nuestras aulas. Esto no solo enriquecerá la experiencia educativa de nuestro alumnado, permitiéndoles interactuar con tecnologías de vanguardia, sino que también les preparará para un futuro donde la convivencia con la IA será una realidad cotidiana. La introducción de la inteligencia artificial en la educación no es solo una oportunidad; es una necesidad imperiosa para asegurar que nuestros estudiantes no solo puedan adaptarse a los cambios, sino que lideren en la creación de un futuro tecnológico y humanamente avanzado.

Realizado por Vanessa Stan